MANUEL DELGADO. VIANDANTE
"Quieren que la calle sea un limbo sin vida"
Tengo 51 años y nací y vivo en Barcelona. Soy profesor de Antropología Social en la Universitat de Barcelona. Estoy casado y tengo tres hijas, Ariana (22), Cora (19) y Selma (16). Por defender los viejos valores de la Ilustración..., hoy resulto ser de extrema izquierda. Soy ateo. La calle es escenario del conflicto, ¡y yo quiero verlo!
¿Qué es la calle?
No es un mero pasadizo entre dos construcciones. La calle es el espacio donde las cosas se juntan: los cuerpos, los sentimientos, las personas, los objetos... ¡La calle es la vida!
Fraga nos decía que la calle era suya.
El poder ve que de la calle sólo pueden llegarle males... y quiere sujetarla, poseerla.
Hoy hay poderes que pagan autobuses para llenar las calles de manifestantes.
Es una buena señal. Sí, que la calle esté viva, que la gente salga a la calle a proclamar su verdad... ¡fortalece la democracia! Sea cual sea esa verdad. Esto desvela el protagonismo de las muchedumbres. ¡La historia de una ciudad es la historia de sus barricadas!
¿Y de quién es hoy la calle?
De los viandantes, los transeúntes, los peatones, los paseantes..., como siempre. La calle es tuya, mía, nuestra..., ¡pese a todos los controles, vigilancias y confiscaciones!
¿Quién pretende controlar la calle?
Esos que la miran desde arriba y ven ahí abajo a gente discurriendo... y se intranquilizan (¡con razón!), así que intentan monitorizarla, fiscalizarla, dominarla, quitárnosla.
¿Lo dice por las cámaras de vigilancia?
De esas cámaras sólo me molesta que me vigilen a mí en vez de vigilar a los consejos de administración. ¡Ahí deberían estar!
¿Por qué?
Porque ahí están tramando la apropiación de las calles promotores inmobiliarios y especuladores en su propio beneficio... ¡Hablamos demasiado de violencia urbana y demasiado poco de violencia urbanística!
Ilústreme esto con ejemplos.
¿No es más violento quien destruye un barrio entero que quien destruye el morro del dragón de Gaudí? ¿O acaso es más violento quien tumba una farola que quien manda talar 52 encinas del Tibidabo?
No apoyará a gamberros y vándalos...
No. Pero asumo que son inevitables: ¡siempre habrá alguien que actúe así! La vida comporta estos riesgos. ¡La vida mancha! ¿O acaso tú nunca rompes un plato en tu casa?
Y más cosas.
Son contratiempos que son un exudado de la vida, ¡y para combatir el exudado hay quien pretende acabar con la vida misma!
¿Quién?
Promotores inmobiliarios y ordenanzas municipales, que pretenden una calle sin conflicto alguno (para así vender mejor sus promociones, claro), una calle que se empeñan en limpiar de todo lo que no esté a juego: yonquis, okupas, putas, inmigrantes, pobres...
Los vecinos reclaman esas acciones...
Porque el débil tiende a apuntar al más débil que él, no hacia las autoridades. Y las autoridades aprovechan para, en vez de erradicar la pobreza, ¡ponerse a perseguirla! A la desgracia de las putas le suman el vejamen de detenerlas, de victimizarlas más.
O sea, que usted piensa que las ordenanzas municipales no combaten la prostitución.
¡Qué va! Porque no les molesta la prostitución: sólo les molesta que se vea.
Y usted ¿quiere verla?
¡Si hay conflictos, yo quiero verlos! Quiero enterarme, soy ciudadano y quiero que todo lo que existe esté en la calle.
¿Incluido el tiparraco que se orina en la esquina de su casa?
Las calles son escenario del conflicto, asumámoslo así. Los dictadores urbanos, en cambio, pretenden una ciudad desconflictivizada y poblada por angelicales seres empeñados en la práctica compulsiva de la amabilidad. ¡Menuda pesadilla, qué infierno!
Lo de dictadores urbanos... ¿no es un poco exagerado?
Lo digo porque se criminaliza y persigue todo lo que desmienta esa vocación de limbo perfecto. Ellos lo llaman ciudadanismo, ¡y no es más que la guarnición de la política inmobiliaria especulativa! Se busca retirar de la calle todo lo que no pague impuestos.
¿A los inmigrantes incluidos?
Sí. Y el inmigrante, por el mero hecho de estar en la calle, ¡debiera ser ciudadano! Digo lo que decían ilustrados como Voltaire: cualquier ser humano tiene derechos sólo por estar. Defender los viejos valores de la Ilustración... ¡me hace de extrema izquierda!
Pero entonces la ciudad sería un caos...
No hay gran ciudad que merezca la pena sin su dosis de ruido y suciedad. Y si no te gusta, múdate a una urbanización, que es la no vida. Pero no me mates la vida aquí.
Pero las ciudades crecen y alguien tiene que gobernarlas, gestionar su modernización...
Sí, pero ahora no se interviene en la ciudad, ahora se interviene la ciudad. Ése es el modelo Barcelona: guerra a todo lo espontáneo, lo no programado, lo que no rinda beneficio (a unos pocos), ¡guerra a la vida!
¿Y cuál sería su modelo, entonces?
Que las calles sean lo que son: un baile que bailamos entre todos. Y que todo lo que existe esté en la calle, el lugar donde se discurre (se camina, se habla, se piensa): ¡la verdad está ahí afuera! La calle es más segura que el hogar..., sobre todo para las mujeres.
¿Piensa en la violencia doméstica?
Sí. Por eso la mujer pugnó por ganar la calle, la libertad. A la mujer la matan dentro, en el hogar, y no fuera, en la calle.
No siempre: recuerde a la indigente quemada en un cajero por unos chicos...
Esos chicos llevaron a sus últimas consecuencias esta ideología dominante de higienización de las calles, de limpiar las calles.
Lo veo indignado....
Ante mi casa vi ayer que dos guardias ¡esposaban! a un indigente que dormía en un banco. ¡¿Por qué?! Ese hombre casi ni podía caminar... Sentí odio, sentí ganas de llorar...
INCÓMODO
Conozco a Manuel Delgado desde hace 20 años, y seguir el curso de sus reflexiones me ha resultado siempre estimulante. Tiene la maldición de verle el envés al tópico, de que le cueste conformarse con el consenso mayoritario. Eso le ha llevado a sostener discursos heterodoxos, publicar libros a contrapelo, desconcertar a bienpensantes, azorar a los cómodos y asaltar el Fòrum en barca. Un tipo con discurso propio, incómodo: nos enriquece con sugerencias que a menudo cuesta compartir. Tras años de debatir en 'Tribunal popular' (TVE, con Fernández Déu) decidió no volver a pisar platós de televisión: para saber qué piensa, hay que leerlo, ahora en 'Sociedades movedizas', ensayo (Anagrama) que apunta una 'antropología de las calles', que concibe la calle como conflicto: la vida como es.