Foto: I.N., Una urraca me ha visitado esta mañana, antes de que empezara el estruendo de las obras, 2008
Copio aquí una entrevista que me parece valerosa y contundente. Me produce cierta esperanza que algunos profesionales del sector, médicos, psiquiatras, psicoanalistas, farmacólogos, empiecen a rebelarse frente a un statu quo de Sanidad y mercado en el que el dinero pasa por encima de todo escrúpulo, aunque eso signifique hacer daño a los pacientes. Y ese daño implique también la muerte. Para mí, oponerse y rebelarse al poder de esos laboratorios que hoy financian a los partidos políticos y a todo médico que lo acepte, condicionan y falsean investigaciones, etc., es una de las más importantes formas de resistencia hoy.
Joan Ramón Laporte:
“La industria farmacéutica se inventa enfermedades”
LA VANGUARDIA
Habla claro y con contundencia. Y sin miedo. Laporte se ha atrevido a desafiar a la industria farmacéutica y la acusa de anteponer el derecho al lucro a los derechos humanos. Para ganar más dinero, según este catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, no dudan en inventarse nuevas enfermedades y crear nuevos fármacos que son menos eficaces, más caros y mucho más peligrosos, con el beneplácito de los las autoridades sanitarias y políticas.
Por JOSE VÁZQUEZ
Joan Ramón Laporte es jefe de Servicio de Farmacología Clínica del Hospital Vall d'Hebron y catedrático de Farmacología Clínica y Terapéutica de la Universidad Autónoma de Barcelona. Desde su posición, carga contra el gasto farmacéutico y defiende un uso eficaz y eficiente de los medicamentos. Él ha demostrado que es posible en su hospital, donde utilizan fundamentalmente 400 medicamentos esenciales, a pesar de que el año pasado salieron al mercado cerca de 700 nuevos fármacos. Esta oferta también es cuestionada por Laporte, que no duda en enfrentarse a la 'poderosa' industria farmacéutica, el sector comercial con más beneficios económicos, por delante incluso de la banca privada, según datos de la ONU. En el año 2001, publicó un artículo en el que acusaba de "fraude científico" la comercialización por parte de los laboratorios Merck de un nuevo analgésico, el Vioxx, aprobado en un tiempo récord por las autoridades sanitarias. La compañía se querelló contra Laporte, pero el juez falló a favor del catalán y en la actualidad, el medicamento ha sido retirado y se estima que puede ser responsable de casi 100 mil muertes en todo el mundo.
En el último año, varios libros y una película, El jardinero fiel, han denunciado los auténticos intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas: obtener los máximos beneficios sin importar la vida de las personas.
Sí; como cuenta Jean Ziegler en su magnífico libro Los nuevos amos del mundo, raramente las compañías multinacionales rinden cuentas de manera verdaderamente transparente. Los dirigentes de estas compañías le rinden cuentas a la asamblea anual de accionistas, no a las autoridades sanitarias, los sistemas de salud o los ciudadanos. Se trata de compañías con ánimo de lucro. Y precisamente esto ha determinado ciertas actitudes, que han sido calificadas de prepotentes, incluso de genocidas. Lo que son capaces de llegar a hacer lo hemos visto diariamente en la prensa en los últimos años: negar los antirretrovirales a quienes sufren el SIDA, presionar a países en desarrollo con tratados comerciales más duros, etc.
Hay muchas acusaciones contra la industria, por ejemplo, que se inventa enfermedades para medicar a la gente y así vender productos que estas personas realmente no necesitan.
Sí, se juega básicamente una doble estrategia: ampliar al máximo el mercado y mantenerlo bien ampliado. Para ampliar el mercado, se inventan enfermedades, se convierten problemas en enfermedades y se exageran enfermedades. Un ejemplo de invención es presentar la calvicie como enfermedad. Un ejemplo de convertir problemas en enfermedades es diagnosticar a los niños movidos o traviesos como niños con déficit de atención e hiperactividad. Un ejemplo de la exageración de enfermedades son las campañas de opinión general para concienciar a la población sobre el colesterol. Estas campañas no conciencian, sino que más bien alienan y engañan. Otra manera de ampliar el mercado de las enfermedades consiste en modificar sus definiciones: en los últimos años la cifra de presión arterial considerada patológica ha ido bajando, al igual que la cifra de colesterol.
Esto supone que una persona con una determinada cifra de tensión arterial o de colesterol que antes era normal, ahora puede necesitar medicación… ¿Cómo es esto posible?
Por la manipulación de los resultados de la investigación, la influencia indebida sobre sociedades mal llamadas científicas y la compra directa de la conciencia de los llamados "expertos", generalmente médicos del sector público o de la universidad, o de ambos, bien pagados por la industria farmacéutica para difundir sus mensajes. Son gente que no tiene ningún problema en decir una cosa un día y la contraria al día siguiente. Su conciencia parece movida desde su bolsillo.
Otro tema en cuestión: los nuevos fármacos. ¿Son mejores que los que ya existen?
Las compañías farmacéuticas suelen lanzar sus nuevos productos con el mensaje, más o menos explícito, de que son superiores a los ya existentes. En el argot convencional de la farmacología y la regulación de medicamentos, decimos que un tratamiento es eficaz cuando es superior a placebo (es decir, a nada o casi nada). La legislación europea (ni tampoco la norteamericana, ni la de ningún país) no obliga a comparar el nuevo fármaco con los anteriormente existentes, con el objeto de saber si aporta alguna ventaja en eficacia, seguridad, conveniencia o coste. No, sólo obliga a la comparación con placebo. De modo que la legislación está escrita como si viviéramos en un vacío terapéutico, como si ahora mismo no tuviéramos ningún fármaco. El resultado es que cuando sale un nuevo fármaco, no sabemos si es mejor o peor que los anteriormente disponibles. Lo único que sabemos es que es más caro. Y también sabemos que, por poco conocido, genera más incertidumbre sobre su eficacia, su seguridad y en general su empleo.
Sobre la gripe aviar:
"Hay mucha exageración. Mueren cada minuto 50 niños de hambre, pero la propia OMS proclama que la prioridad es la gripe aviar, cuando no se puede hablar de pandemia, pues no afecta a todos los países de manera generalizada, tampoco se puede hablar de epidemia, pues no hay un número significativo de personas afectadas. Sólo hay una serie de apenas dos centenares de casos en todo el mundo y durante tres años, una cifra ridícula. Además, todos los casos han ocurrido en personas que conviven con aves domésticas. Más aún: no ha habido casos de contagio de ser humano a ser humano, es decir que el virus aviar sólo pasa al ser humano si se insiste en que pase. Por otra parte, sustancialmente no se sabe si el famoso antivírico, el oseltamivir (nombre genérico de Tamiflu) es efectivo. Lo que sí se sabe ya es que el virus, en su forma actual, desarrolla rápidamente resistencia al oseltamivir, de modo que podría no servir para nada. Es ridícula la carrera de los políticos por decir que tienen más antivíricos que el vecino. Las declaraciones del comisario europeo de salud, de la ministra española y de la consejera catalana, en plan a ver quien tiene más Tamiflu, me parecen de una frivolidad extraordinaria. Ningún político -y lo que es peor, tampoco la OMS- ha dicho que si se diera una epidemia lo primero que habría que hacer son ensayos clínicos para saber si el oseltamivir u otros antivíricos son eficaces en el tratamiento de la enfermedad. Total, reina el caos neoliberal, que no tiene nada de liberal: la primera reacción de Bush cuando oyó hablar de la gripe aviar fue anunciar que el ejército será el encargado de la lucha contra la gripe aviar en Estados Unidos (claro, como no tienen sistema de salud, y además el ejército lo hizo tan bien en Nueva Orleans, parece lógico, tratándose de Bush); a continuación le pidió al Congreso una ampliación del presupuesto en 1.000 millones de dólares para la lucha contra la epidemia, que destinó al ejército, no a sanidad. Que Dios o quien sea nos coja confesados".
El caso del tratamiento para la menopausia también es significativo. Durante años, y todavía hoy en día, se receta a las mujeres por tener muchos beneficios. Ahora, sin embargo, se ha demostrado que los efectos son otros.
El tratamiento hormonal sustitutivo para las mujeres menopáusicas, promovido frenéticamente durante los años noventa, ha sido uno de los peores fiascos de la terapéutica moderna. Sólo con pruebas de un efecto modesto de protección frente a fracturas óseas, fueron promovidos para la prevención de la enfermedad cardiovascular, el Alzheimer, etc. Pero ya desde los años setenta se sabía que los estrógenos incrementan el riesgo de cáncer de endometrio y el riesgo de cáncer de mama, y que empeoran el pronóstico después de un infarto de miocardio. Pero el negocio es el negocio, y la memoria es débil, sobre todo cuando se oye el tintineo del dinero. Y así fue que, ante la complacencia de las autoridades de salud, fueron promovidos para uso masivo, no sólo por las compañías farmacéuticas, sino también por mal llamadas asociaciones científicas, como la Asociación Española para el Estudio de la Menopausia, financiadas a su vez por las compañías fabricantes. Ahora se ha demostrado que realmente estos preparados incrementan el riesgo de cáncer de endometrio, cáncer de mama, infarto de miocardio, pérdida de función cognitiva y demencia, e incremento del riesgo de tromboembolismo pulmonar y enfermedad tromboembólica.
Más acusaciones contra la industria: las farmacéuticas financian el 75% de la FDA y el 80% de la Agencia Europea del Medicamentos, organismos públicos que supuestamente controlan la aprobación de nuevos productos en Estados Unidos y Europa, respectivamente.
El presupuesto de las agencias reguladoras es cubierto en estas proporciones por fondos procedentes de la industria farmacéutica. Dado que la industria paga por la revisión de los trabajos que presenta para sustentar el registro de medicamentos, las agencias compiten por trabajar para la industria. Han olvidado que fueron creadas y deben trabajar para los ciudadanos, para defender la salud de los ciudadanos ante las deformaciones diseminadas por la industria.
Las consecuencias de las acciones de industria son muy graves y se habla de miles de muertos por efectos adversos de medicamentos. ¿Se pueden cuantificar las muertes provocadas por la falta de ética de las compañías?
Las muertes provocadas por falta de ética serían difíciles de contar. Las provocadas por medicamentos son en teoría contabilizables. Y también podrían serlo las producidas por medicamentos innecesarios. No hay estudios formales sobre esta cuestión, pero hay muchos datos que indican que el problema es de cuantía. Por ejemplo, calculo que el tratamiento hormonal sustitutivo habrá causado en España unos 15 mil casos adicionales de cáncer de mama en un período de 10 a 12 años (en los años noventa), y unos miles de casos de cáncer de endometrio, más centenares de casos de enfermedad tromboembólica, posiblemente miles de infartos, etc. El Vioxx puede haber producido entre 500 y 1.000 muertes en nuestro país. Lo grave de estos asuntos es que estos medicamentos no los necesitaba nadie o casi nadie, y fueron promovidos de manera salvaje, sin que se prestara la más mínima atención a la reducción de riesgos. En el caso del Vioxx la compañía fue más lejos, y me demandó a mi y al Instituto que dirijo por haber dicho en el 2001, tres años antes de su retirada, que incrementaba el riesgo de infarto de miocardio, y que sospechábamos que la compañía lo estaba escondiendo..., como ha sido demostrado con su retirada, a causa de un incremento del riesgo de infarto. ¿Cómo es posible que las autoridades sanitarias no hayan sancionado a la compañía? ¿Cómo es posible que una compañía con este comportamiento siga operando en nuestro país sin que las autoridades le digan nada?
Pues ésa es la pregunta: ¿cómo es posible?
Caben muchas hipótesis. Quizá una mayor transparencia en la información sobre financiación de partidos políticos (y quizá también de otras instituciones del Estado) ayudaría a explicar esta situación. Las administraciones públicas están más preocupadas en sacar tajada de los fondos aportados por la industria farmacéutica en investigación clínica, que en los problemas de salud de la ciudadanía que no son investigados porque la industria no tiene interés primario en ellos. La industria no es una ovejita, pero no es la responsable única del caos reinante. Y además, nuestro sistema de salud no verifica lo que hace, y esto es grave, muy grave.
Un grupo francés demandó a la industria por genocidio. ¿Es exagerado?
No sé qué decirte. Cuando se anteponen los intereses comerciales a los intereses de salud y muere gente a consecuencia de ello, no es un genocidio deseado y programado. Pero lo cierto es que las actitudes y prácticas ultracapitalistas en cuestiones relacionadas con la salud causan muertes, dejan millones de niños huérfanos y desestructuran todavía más la sociedad.
Ante esta situación, ¿qué debe hacer cualquier persona que va al médico y le recetan un medicamento?
Pues lo primero, esperar que le cuente qué cree que tiene. Lo segundo, si le prescribe algún medicamento, preguntar para qué es. Incluso me atrevería a decir que no estaría de más decirle al médico que lo hemos ido a visitar porque tenemos un problema, no porque queremos que nos den un medicamento. Una visita al médico podría terminar sin que éste prescriba un medicamento. Lo tercero, si el medicamento que prescribe el médico no es un genérico, preguntar por qué motivo no da un genérico, que debería ser considerado de primera elección, y se ve obligado a recetar uno de marca. ¿Es que algo va mal con mi enfermedad doctor, para que me dé este medicamento nuevo? ¿Es que tengo alguna característica especial que no permite que me recete el medicamento con mayor experiencia de uso? Por último, y esto ya en cuanto a los políticos, creo que deberían prestar más atención a la salud de los ciudadanos que a la salud de la industria farmacéutica.
MEDICINAS Y SALUD. Una combinación que no siempre funciona, ya que hay fármacos que no sólo no curan, si no que pueden matar.
· El jardinero fiel, de John Le Carré. Editorial Plaza&Janés, 2001.
· Los nuevos amos del mundo, de Jean Ziegler. Editorial Destino, 2002.
· La verdad acerca de las compañías farmacéuticas: cómo nos engañan y qué podemos hacer, de Marcia
Angell. Random House, 2004.
· Los inventores de enfermedades, de Jörg Blech. Editorial Destino, 2005.
· El jardinero fiel, de Fernando Meirelles. United Internacional Pictures, 2005 (película).