El otro día discutíamos de un libro que incluye la palabra España en el título. Aunque el libro va destinado a un público europeo de estudiantes de español, o de castellano, es probable que también se venda en otros lugares del país, pero lo tendrá más difícil en Catalunya. Todos aquellos con quienes lo he comentado están de acuerdo en que aquí, ese nombre aún suscita rechazo. Mi amiga madrileña no lo comprende, cree que forma parte de cierto fanatismo nacionalista catalán.
Pero yo creo que es otra cosa. Aquí, el franquismo nunca fue derrotado, como se derrotó el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia y el colaboracionismo se condenó en Francia. Aquí hubo silencio y tras los cuarenta años de dictadura, otro pacto de silencio. Y ellos, los franquistas, se habían apropiado de ese nombre, esa bandera, ese himno... que ni siquiera han cambiado en lo esencial. Y pese a que el mito de una Catalunya enteramente republicana que luchó contra Franco sólo es un mito, ya que la burguesía catalana apoyó en gran parte al franquismo, exceptuando a sus sectores más ilustrados e intelectuales, lo que sí es cierto es que la lengua y la cultura catalana fueron perseguidas, hasta extremos ridículos e inimaginables, como demuestra el libro de Josep Benet Catalunya sota el règim franquista. Heredamos demasiadas cosas del franquismo, no sólo bandera e himnos, sino también instituciones como la monarquía. Nunca hubo un referéndum para preguntarnos si queríamos la monarquía. De manera que el nombre de España sigue demasiado vinculado a la España franquista y no a aquella esperanzadora España republicana.
Por otra parte, como escribió María Zambrano, la identidad de España se inscribe sobre el genocidio y la exclusión, la matanza de indios que conmemora este día, la expulsión de los judíos y los árabes. Y no por azar los españoles (Zambrano dixit) renunciaron a hacer historia y a hacer filosofía. No pensar, no hablar, enterrar... y propiciar el analfabetismo.
Yo escribo en castellano, no puedo evitar sentirme vinculada a la lengua de Cervantes, la de García Lorca, a mi antepasado Nicolás Salmerón, a las literaturas latinoamericanas. Es mi lengua materna y mi lengua literaria, aunque haya trabajado y traducido también al catalán como lengua de destino y aunque siempre haya simpatizado y apoyado esa lengua (pero no a cualquier precio, no al precio de abandonar lo social, lo educativo, lo ambiental todo, para preocuparse sólo de la lengua y las reivindicaciones nacionales, como hizo CIU en sus 26 años de gobierno, y ERC parece dispuesta a seguir sus pasos).
Pero comprendo que la imagen de España sólo podría recuperarse desde aquí si hubiera una ruptura clara con ese pasado y no tímidos intentos, siempre light.
Y esa ruptura no afecta sólo a "lo español", sino que afecta también a nuestros políticos catalanes. Por ejemplo, construir el Fòrum sobre el Camp de la Bota, donde (ayer me lo recordaba un amigo) llegaban camiones y camiones repletos de presos republicanos que eran fusilados allí. Enterrar ese recuerdo, intentar borrarlo en lugar de levantar un memorial, como se habría hecho en cualquier país de Europa, es un gesto terrible, que nunca ayudará a este país a recuperar la salud ni la cultura. ¿Qué identidad queremos construir, si enterramos el drama principal ocurrido aquí?
Hubo una España republicana. Hubo un Madrid que luchó contra Franco y fue bombardeado. Hubo muchos españoles que murieron en los campos o fueron al exilio con tantos otros catalanes. Con ese país que intentaba corregir su pasado terrible e inaugurar una época de conocimiento y educación (la República construyó más escuelas y bibliotecas en su corta existencia e invirtió más dinero en ellas que nunca antes ni después en este pobre país, y trabajó seriamente para fomentar la lectura y la cultura entre los trabajadores), de arquitectura progresista, de feminismo, de artistas de las vanguardias, de médicos innovadores, de pedagogos revolucionarios, de Universidades llenas de intelectuales brillantes. Con ese país y esa identidad quisiéramos reconectar algunos. Pero no nos lo ponen fácil...
Por cierto, que al parecer, este año, el día de la cruel hispanidad coincide con el fin del Ramadán, esa fiesta que celebran los musulmanes en el fin del ayuno y que en París, el IMA suele celebrar con conciertos interesantes...
Y volviendo a mi tema de los árboles, un amigo me trajo ayer un artículo de Le Monde que habla de árboles, del castaño que dio esperanza a Anna Frank. Espero que pueda funcionar el link. Les arbres pleurent aussi, par Laurent Greilsamer. Ojalá lo leyeran nuestros políticos municipales, tan insensibles a los árboles.
6 comentarios:
Creo que tienes mucha razón en tus pensamientos sobre España. Pensamientos, dicho sea entre paréntesis, que me han parecido vivificados por el sentimiento; quiero decir, no asépticas reflexiones cerebrales. Creo que es verdad que el nombre España suscita rechazo, no sólo en Cataluña; y creo que es verdad que no es un problema de fanatismo nacionalista (o, al menos, esos rechazos no merecen demasiada atención). Enfocas sobre el franquismo y sí, pero como causa cercana. Coincido en que el nombre de España sigue demasiado vinculado a la España franquista, pero esa España no es franquista. Franco, su régimen, lo que hizo fue imponerla. Esa España es, como bien diagnosticó Zambrano (¿podrías decirme la obra?), la que se identifica con la exclusión, con el desprecio del pensamiento, con la intolerancia ... Naturalmente no es la única España que ha existido pero me temo que es la que ha predominado, en la historia y ¿todavía ahora?
Creo que en Madrid cuesta entender esto, incluso entre gente de buena fe que, seguramente, renunciarían encantadas a esas señas identitarias que apuntas. Creo que, desde la palabra, hay que esforzarse es desactivar lo más posible ese discurso de pasiones agresivas, intentar desnacionalizarnos todos, desinflar las rimbombantes proclamas carentes de sustancia real y, sin embargo, tan inflamatorias. Y, por cierto, los mejores ejemplos que he visto (leído) en este sentido provienen de Cataluña.
Al final, como en casi todo, se trata de quere entenderse. Pero el quere no entender al otro, al heterdoxo, es otra de las señas identitarias a partri de la cual se define esa España de Zambrano. En fin, no me enrollo más, que además, no estoy ahora muy lúcido. Este comentario pretende sólo hacerte llegar mi acuerdo con tus palabras y, felicitarte por lo bien que expresas las ideas. Acabo de descubrirte (tus tres blogs) y me temo que fisgaré por tu casa. Y antes de despedirme, una pregunta cotilla: ¿desciendes de Salmerón? Bueno, un beso y mucha suerte.
Gracias, Miroslav! Tengo que buscar el ensayo de María Zambrano, que cité hace mucho tiempo y tengo por ahí, para decírtelo. Prometo hacerlo. Yo sé que el nombre y el país no tienen la culpa y que la identificación es abusiva, pero intento explicarme el por qué de ese rechazo, a partir de las discusiones con amigos de aquí y de allá. Pues sí, Salmerón debe de ser el único ancestro realmente ilustre de mi familia.
muy interesante! cómo apuntas las trampas de esa falsa construcción de la identidad y los complejos caminos de salida a este triste callejón violentamente obturado y silenciado,
gracias por la interesante reflexión que hace un poco más respirable la actualidad mediática y política
Gracias a ti, por tu lectura siempre sutil... Y sí, la actualidad está tan asfixiante que llevo días sin ver noticias en tv, refugiada en Arte tv con su Maria Callas...
Interesantes reflexiones. Efectivamente, nada es comparable con otros países, en primer lugar, no recuperamos ni la República. Personalmente creo que debería recuperarse el ideal de república federalista pero me parece que no corren buenos tiempos para eso y que todo se está crispando de forma excesiva, cosa que impide percibir el gran número de gente razonable que hay en todas partes.
Gracias, Júlia. Yo pienso como tú, la república, la laicidad, las luces... Pero no, los tiempos no nos acompañan, más bien al contrario.
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