Era el título de un interesante documental de Michael Verhoeven entrevisto en Arte tv mientras desayunaba, "Alemania, un pasado que no pasa". Una exposición sobre los abusos de la Vermacht en la II Guerra Mundial provocó la polémica. Dice el comisario de la exposición: es el álbum de fotos de los alemanes, lo tenían guardado en un cajón y no se hablaba de ello. la exposición les obliga a hablar." Por supuesto, hay negacionistas y hay gente que necesita preservar, creer en el honor de sus muertos, que siente el dolor de aceptar que sus padres cometieron tales atrocidades. Otro cuenta que su padre admitió: "Se han cometido tantas atrocidades. Ojalá Alemania pierda la guerra, porque si no, convertirá Europa en un cementerio." Pero a pesar de los neonazis, de los negacionistas, de los que no saben cómo asumir el pasado o la complicidad colectiva de su familia, hay mucha más gente que aquí que quiere hablar, que piensa que airear las heridas del pasado es la única manera de curarlas, que recordar es necesario para pensar, que la historia es la base de cualquier identidad, e intentar abordarla, comprenderla, no negarla, ayuda a un país a construirse.
Esa es la diferencia con este país, donde casi nadie quiere recordar, donde casi nadie piensa y las voces de los que osan abordar el pasado son pocas y apenas se oyen bajo el griterío de los demás. Allí, las voces de la razón que intentan saber la verdad son mayoría. Los historiadores pesan. Aquí predomina la ceguera, ya lo dijo María Zambrano, la negación a pensar, a reflexionar, a hacer historia o a hacer filosofía.
Por cierto, volviendo al feminismo y la misoginia de este país. Ayer fui a la exposición de la historia de Anagrama en la Biblioteca Jaume Fuster. Hay fotos y libros que vale la pena ver, la época heroica, libre y apasionada, contra la censura, contra la bomba terrorista a Enlace, con los escritores, etc. Lástima que uno de los presentadores era José Antonio Marina, que esta vez no cargó contra el psicoanálisis con sus trucos de autoayuda, sino que aprovechó su intervención -nada brillante- para meterse con las feministas, diciendo que sus libros no les interesan ni a las propias feministas. Ese rincón oscuro de rabia irracional contra las mujeres o de ajustes pendientes con sus madres les sale sin ton ni son y algunos le acompañan con risitas cómplices del mismo rincón. En este país ocurre en muchas presentaciones. También un poeta que conozco dijo en una presentación un dato falso sobre si las feministas no conocían a un psicoanalista no misógino de los tiempos de Freud -al día siguiente le demostré con links de Internet que lo conocían y valoraban... ¿por qué hablar sin saber? Siempre es ese rinconcito de la rabia. Otro poeta contemporáneo al que conozco menos pero que se considera muy à la page aprovechó su intervención en otro acto para quejarse de las antologías de escritoras; dijo que no había Antologías de escritores. Le respondí que la mayoría eran antologías de escritores sin decirlo, porque "olvidaban" siempre a las escritoras. Sé que en este país muchas mujeres piensan como ellos. Almudena Grandes cree que la mayoría de escritoras se incluyen en las antologías por el hecho de ser mujeres. ¿Lo dirá por ella? Para todos ellos no existe Grace Paley, Jean Rhys, Virginia Woolf, Alice Munro, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Clarice Lispector, Dorothy Parker, Natalia Ginzburg, María Zambrano y tantísimas otras voces interesantes de mujeres del siglo XX. No hay más que dar un vistazo a La historia de la misoginia de Anna Caballé. Dan escalofríos. "Hay que recordar de dónde venimos", dice Caballé. No es que en otros lugares de Europa no haya misóginos, es que aquí siguen siendo la inmensa mayoría incluso entre los mundillos supuestamente ilustrados. Y la etiqueta feminista o incluso femenino sigue avergonzando, tal es su desvalorización real; lo ha dicho Laura Freixas, pero es una de las poquísimas.
La cuestión es que al oír el exabrupto de Marina estuve a punto de irme, cansada de la vulgaridad repetitiva de camionero ejpañol (le copio la jota a V). Pero vi que mi jefe de La Vanguardia se sentaba una fila delante de la mía, me quedé a saludarle y me contó que J.J. Fernández, de La Santa, ha publicado un libro sobre los ochenta donde salgo yo. Eso me produjo un cierto temblor y olvidé averiguar si salían fotos (espero que no). "¿Pero está en las librerías?" le pregunté. Me dijo que no creía, que había que pedírselo.
También vi a Enrique Vila Matas, que había leído por aquí la noticia de que (siguiendo su consejo) mi libro del azufaifo ya tiene forma e intenta publicarse con un buen editor y yo le hablé de su última crónica en El País, en la que parecía despedirse, al darle un portazo al año viejo. Pero en realidad, su tono furioso contra el año se debía a la muerte del editor Christian Bourgois, que acababa de suceder, y él escribía la crónica desde París. Entonces se acercó Frederic Amat, quejándose alegremente de que alguien, en una "confusión muy barcelonesa" (como dijo EVM) le hubiera llamado Fernando, aunque, dijo FA, "no importa, porque es amigo" y se habló un momento de las fotos antiguas y el pasado y la belleza (que no pasa, aunque en este caso sea alegremente).
3 comentarios:
Es curiosa la misoginia entre personal teóricamente ilustrado. Supongo que una educación en pleno franquismo, con un nacional catolicismo imprime carácter. Si a esto le unimos el mesetarismo castizo de toda la vida solo puede salirnos un carcamal.
No hace mucho en la contraportada de LV se entrevista a una señora de la familia Borghesse, antigua progre y liberada que debido a las metamorfosis neocon se había vuelto una carca impresionante, católica preconciliar, contraria a que las mujeres accedan al sacerdocio en la iglesia y otras lindezas que ya hace 40 años eran consideradas retrogradas.
Últimamente están retornando actitudes de tipo machista que parecían totalmente superadas, desde ver a Aznar poniendo un bolígrafo entre los pechos de una entrevistadora, hasta chistes sobre las mujeres victimas de la violencia de género.
Para mí el problema es que aquí incluso las mujeres, como la etiqueta femenino y feminista está tan desvalorizada, rechazan todo eso, y se avergüenzan, o creen que ser feminista es estar contra los hombres o no tener sentido del humor, cuando sólo significa estar por la equiparación de los derechos, favorecer una educación de igualdad, que ayudaría más contra la violencia machista que las leyes
Hay incluso alguna comentarista en el país que siempre que puede se burla de las campañas contra la violencia de género
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