Foto: I.N. Nîmes, 2008
El peatón, especie amenazada
Màrius Carol
El Ayuntamiento de Barcelona quiere unir el Trambaix y el Trambesòs por la Diagonal, para lo cual ha previsto modificar esta avenida, de tal modo que las vías del tranvía (ida y vuelta) convivan con dos carriles de autobuses, otros dos de bicicletas, un par de pasillos de servicios, cuatro viales para automóviles y unas aceras más amplias para peatones, que se disputarán el espacio baldosa a baldosa con las motocicletas aparcadas y las furgonetas de carga y descarga,
que seguirán invadiendo el territorio del viandante por la proximidad a los establecimientos donde reparten su género. Con esta decisión, el Consistorio descarta definitivamente que el tranvía circule soterrado como sugirieron los técnicos municipales porque la Generalitat consideró que era demasiado caro. La solución adoptada concentra tantos actores de movilidad que se conseguirá que la Diagonal sea lo más parecido al camarote de los Hermanos Marx de Una noche en la ópera, cuando Groucho pide para la cena un menú de huevos inacabable: “Camarero, traiga dos huevos fritos, dos revueltos, dos pasados por agua, dos en tortilla y dos huevos duros”. Mec (suena la bocina de Harpo). “Que sean tres”.
La Diagonal dejará definitivamente de ser un bulevar, con sus aceras interiores, como ya ocurrió con el paseo de Gràcia en su día. Y como las calles no son de goma, la introducción del tranvía no sólo reducirá espacio al coche privado, sino al peatón, especie amenazada en la ciudad, porque cada vez resulta más difícil poder ejercer de viandante.
En la Diagonal pronto será más fácil ser cotorra que transeúnte, porque las primeras se han hecho fuertes en las palmeras de la avenida, mientras que los peatones quedaremos constreñidos en los laterales, disputando cada palmo con las motos aparcadas, las camionetas de transporte y las estaciones de bicing.
La nueva Diagonal costará alrededor de cien millones deeuros, supondrá meses y más meses de obras en cuatro kilómetros de Barcelona, comportará la tala de centenares de árboles, acarreará la desaparición de cuatro carriles de automóviles y conllevará la reordenación del tráfico del Eixample. El alcalde, finalmente, y después de muchas dudas, se ha convencido de que el cambio permitirá convertir la avenida en paseo, pero, a la vista de la cantidad de medios de locomoción públicos y privados que se disputarán los 50 metros de ancho de calle, habrá que poner cascos azules para proteger el territorio peatonal.
A lo mejor pensando en ellos el alcalde ha definido el cambio como una manera “de pacificar la Diagonal”.
Borrar el pasado de la ciudad, borrar el verde y la sombra y borrar la memoria de lo que fue. Hoy una abogada amiga me ha dicho que hay gente que se alegra de la ampliación del metro en la plaça Joaquim Folguera y cuando ella les dice, escandalizada: "Pero, cortarán todos los árboles...", ellos responden extrañados o mirándola como si estuviera loca: "Son viejos..." No saben que cuando más viejo, mayor es el poder oxigenador de un árbol, su tamaño, la sombra que da y la frescura... Y es que el analfabetismo les resulta tan útil a los políticos... Pueden hacer lo que quieran, embolsarse todo el dinero de las mafias que invierten en la construcción, arrebatarnos todo árbol, toda sombra, todo suelo de tierra, tirar los edificios que configuraban la identidad histórica y el patrimonio de la ciudad, construir arquitectura barata y mediocre, venderla como si fuese de lujo, cobrar impuestos por todo, trabajar con máquinas ensordecedoras, llenar el aire de polvo y contaminación... y algunos se alegran. No se dan cuenta de que con su dinero cada vez pueden comprar menos. De que cada vez están más enfermos de respirar y vivir en esta pobre ciudad malsana. Cada vez pasan más calor en verano, con asfalto ardiente y sin frescura de árboles. De que en el lugar donde fusilaron a tantos barceloneses que defendían al gobierno legítimo han construido una especie de feria que ahora quieren unir a la Diagonal, y con ese pretexto destruyen el último gran paseo barcelonés. No se dan cuenta de nada. No añoran ese rumor de los árboles en medio de un silencio que podemos escuchar en muchos rincones de París y mucho más aún en Berlín. No añoran la belleza de la vieja arquitectura. Y cuando se den cuenta de que todo, historia, memoria, patrimonio y espacio natural, aire puro y silencio, todo les ha sido arrebatado, ya será demasiado tarde y los que ahora ocupan el ayuntamiento y la generalitat estarán viviendo en una ciudad mejor, con sus pingües beneficios.
Por cierto, si quieren leer mi artículo en el Col·legi de Psicòlegs, lo encontrarán aquí, en la página 22 de la revista [abajo debe decir Sec7:22 (24 of 108)].
2 comentarios:
Estuve en Grecia este verano y que maravilla de arboles se pueden encontrar en casi todas sus ciudades. Espero que la globalización no les haga perder sus raíces.
Ademas de las razones físicas objetivas para valorar a los grandes árboles: oxigenación del aire, sombra agradable, etc... debería prevaler el efecto mágico, relajante, místico que produce en el subconsciente la observación de un arbol de grandes dimensiones, resulta conmovedor. Esa terapia no tiene precio, no se puede comprar ni vender. Tal vez por eso nuestra sociedad ofuscada por el dinero no los valora en su medida.
En efecto, Treehugger. Hoy una amiga me contaba que pasó años en Londres sentándose frente a la Serpentine Gallery inmersa en la pura contemplación de cada uno de esos viejos árboles que aquí talan y desdeñan "por viejos", porque decía que cada uno era una escultura. Para mí, no hay nada como el rumor del viento en las hojas, es un sonido que me restaura, no lo sabría explicar. Cambia según la especie y la forma, claro, algunos me parecen tintineos plateados, otros suenan como aquellos roces de la seda de los antiguos kimonos al desnudarse los personajes de Mishima, otros... qué sé yo. Leer, soñar, adormecerse con esas sombras y ese rumor... dónde me refugiaré cuando aquí no quede ninguno que no sea una ramita? cómo soportar que la gente celebre su desaparición?
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