miércoles, septiembre 10, 2008

Pensamientos, memoria

Foto: Manel Armengol, Estrets, 2007
En una reunión sobre memoria histórica desde la perspectiva de la salud mental, comentando un estudio donde se ha trabajado sólo con los vencidos de la Guerra Civil, alguien planteó la necesidad de recoger también la violencia arbitraria que se generó en ese bando. Naturalmente, otros matizaron enseguida recordando lo que ya sabemos y no está de más recordar: si en el bando republicano, la violencia fue obra de grupos incontrolados y se limitó estrictamente a los años de la guerra (una guerra creada tan sólo porque los insurgentes de Franco se rebelaron contra el único Estado legalmente constituido, que era la República), mientras que en el otro lado se trató de violencia de Estado, que se prolongó con saña durante todo el franquismo, y se utilizó como arma para reprimir y para ahogar toda crítica, toda disidencia y vengar toda participación en las instituciones del gobierno legítimo, las Universidades, los hospitales, todo.
Sin embargo, me quedé pensando que para mí hay algo importante en ese reconocimiento otro, esa parte difícil de los errores de los vencidos. Por una parte, desde un punto de vista ideológico, porque la idea de la izquierda -eso que ya no existe en este país- implicaba la capacidad crítica y autocrítica, la capacidad de cuestionarse y de debatir, la capacidad de analizar y de tener pensamientos distintos, a diferencia de esa derecha recalcitrante, que funcionaría como un bloque, como un ejército donde nadie puede expresar su opinión, sino que siguen ciegamente las órdenes sin preguntar. Y por otra parte, porque eso también coincide con lo que V. me recordaba el otro día del psicoanálisis, que nos permite salir de la situación de víctimas o no asumirla como tales y preguntarnos las razones de estar ahí, nos recuerda que no somos inocentes. Por eso me parecía coherente que en unas jornadas sobre el exilio, se recordara que en esas largas y penosas colas de gente que se marchaba también debía de haber algunos que cargaban con la culpa de sus atrocidades. Porque en todas las guerras civiles, también llamadas guerras intestinas, hay gente que aprovecha la ausencia de Estado para sus venganzas personales o para desahogar su desesperación social o personal mediante la violencia arbitraria, o que participa para quedarse con la casa de otro. Y poder reconocer esa parte (la banalidad del mal arendtiana) no debilita en realidad ni menoscaba el horror desigual de cuarenta años de dictadura con pena de muerte y represión, aunque tácticamente parezca dudoso hacer autocrítica en un momento en que triunfa el pensamiento más simple, el discurso fácil. Pero más allá de los sentimientos subjetivos y necesarios de los que han sufrido en su cuerpo o en su familia el largo ensañamiento del franquismo, de todos aquellos que no pudieron enterrar a sus muertos, de los que no pudieron ejercer su profesión, de las mujeres libres e independientes que tuvieron que regresar a una situación medieval en la que necesitaban permiso del padre o el marido para cualquier cosa, más allá de eso, hay que poder reconocer y repensar cómo se hicieron las cosas, analizar, intentar comprender.
Yo vuelvo a felicitarme de la iniciativa de Garzón, aunque sea difícil, aunque como dicen algunos expertos, él sólo esté sustituyendo jurídicamente lo que debería hacerse y no se hace en el terreno político. Pese a todo, es una iniciativa importante y mucha gente, el país entero que fue truncado, merece ese reconocimiento, esa restauración. Poder enterrar a esos muertos, hacer ese duelo que quedó perversamente interrumpido. Restaurar la propia verdad, ver reconocido por la justicia y las instituciones el propio sufrimiento de tantos y tantas. Además, todos aquellos que hablan de no reabrir heridas (presuponen o reconocen que las hay, que no son cicatrices) olvidan que para curarlas y para que no se infecten, hay que airearlas, limpiarlas con pinzas, separando cada cosa, como en el análisis.
También quisiera recordar aquí que he leído a algún historiador decir algo que siempre he pensado. Que la monarquía, mal que les pese a algunos, nunca ha sido legitimada en las urnas ni en ningún referéndum democrático (sólo en la dictadura) y que en este país, lo único legítimo sigue siendo la República. Sigo pensando que este país no mejorará si no recupera la memoria por completo. Porque la falta de memoria significa ignorancia suprema, analfabetismo de facto, incapacidad para reflexionar, para ejercer los propios derechos, para ser ciudadanos y no súbditos, para no dejarnos avasallar ni abusar.

9 comentarios:

civisliberum dijo...

En la Espana exfranquista, existe una democracia de muy baja calidad debido a la larga tradición de un estado totalitario y de una sociedad intolerante. Dificilmente se aceptara para aquí lo que en los otros lugares es un hecho comun. A nadie extraña que se hayan rehabilitado las victimas del nazismo, ni de la resistencia contra Vichy. En Espana y en Rusia la mentalidad dictatoral esta tan incrustada que es dificil que pueda llegar a superarse. Estos últimos tiempos se ha sumado al club la Italia Berlusconiana, con un Ministro de Defensa que defiende los asesinatos de la Republica de Salo y un alcalde de Roma antijudio.

Belnu dijo...

y como dice una psicoanalista que conozco, la izquierda sigue en posición de víctima, sirviendo al amo. Por eso muere un franquista y todos ensalzan su sentido democrático.

RFT dijo...

Certero artículo, aunque me resulta más fascinante el que leí ayer en el blog de Xoroi:
"No hay escritura sin memoria"
Reflexiono sobre su frase:
«(...) esa parte difícil de los errores de los vencidos.»
Hoy he oído comentar en Radio Nacional a Rodríguez Ybarra que los políticos desaparecieron cuando cayó el Muro de Berlín y fueron entonces sustituidos por el "mercado". Luego ha añadido que, de repente, aparecida la famosa crisis, todo el mundo anda preocupado y desesperado por volver a encontrar a los políticos, a ver qué soluciones dan para solucionarla o para resolver el problema de las víctimas de la Guerra.
Como carezco de un cierto sentido de la vida (Monty Phyton aparte) o creo no sentir lo que un cineasta decía el otro día por la televisión respecto a que todos necesitamos tener un clavo en donde colgar nuestro "cuadro" que contiene lo que somos, nuestras creencias, nuestra ideología, hago poco caso de tales cosas políticas que oigo, procuro leer más a Claudio Magris o lo "Escrito a lápiz" de Robert Walser y sobrevivo.
Durante algo más de año y medio, dos veces en semana, he distribuido a miles de personas las Acciones Urgentes que envía el correspondiente equipo del Secretariado de Amnistía Internacional todos los días. Emití la acción que pidió la suspensión de la pena de muerte de Sadam Hussein y los siete seguimientos posteriores, hasta que le ejecutaron; he pedido que se suspenda la ejecución de un hombre en Irán que fue condenado a ser despeñado desde un monte, pues en esa zona del país el Juez Islámico puede imponer, incluso, la forma en que la pena de muerte se ejecute; y recibí quejas de algunos receptores de tales Acciones, por haber traducido mal en una Acción correspondiente a Arabia Saudita, al pedir que un hombre no llegara a ser "lapidado", cuando lo que iba a ser era "flagelado" (de hecho respondí que entre recibir 1.100 latigazos o ser lapidado quizá fuera mejor lo segundo). Con ello quiero decir, no que me atribuya mérito alguno, del cual carezco, sino que he tenido que acorazarme mediante un cierto escepticismo para soportar lo que veo en los políticos todos los días (incluso lo que veo en Garzón, cuando le tengo delante sentado en su despacho) y tengo que manifestarle que no creo que sea el momento de que los vencidos asumieran esa parte difícil de sus "errores".
Mi padre fue a la guerra con 17 años, en el bando de Franco y en una compañía mixta con italianos. Era una compañía de morteros de infantería que necesitaba esa mixtura porque los italianos tenían fama de echar a correr por todos lados al menor atisbo de peligro. Años después supe que mi padre se había "apuntado" en esa guerra, para no tener que vivir en su propio pueblo la represión y las matanzas que ocurrieron cuando fue tomado por las columnas nacionales que venían de Bilbao (con los curas al frente) y las que, a su vez, venían de tomar Oviedo. Mi madre, obispa del "Opus" y monárquica profunda, que leía Proust con 15 años a escondidas y a la luz de una bombilla de un establo en Valle, vio a una de esas columnas entrar en Infiesto, fusilar de inmediato a catorce personas (de ellas cuatro mujeres) y luego presenciar, mantilla puesta, como el cura capellán de aquella Compañía, decía misa.
Al terminar la Guerra, mi madre, aún soltera, vivía en Gijón en la calle Covadonga, cerca de los jardines de Begoña y la iglesia de San Lorenzo. Era una casa de azulejos blancos, como si fuera de loza. En el piso de arriba estaba la Auditoría de Guerra y entre sus miembros había un Capitán Auditor al que apodaban "La Ametralladora" Todos los días, durante dos años después de acabar la guerra, mi madre presenciaba la llegada de los presos a la Audotoría para recibir su Juicio Sumarísimo y todos los días, al amanecer, se oía una descarga cerrada hacia la zona del antiguo Cuartel de Simancas, aunque realmente la descarga procedía del cementerio de Ceares. Mi madre se despertaba siempre antes de la descarga, la oía y después, ¡pum!, ¡pum!, ¡pum!, uno a uno los tiros de gracia de los treinta o cuarenta que cada día despachaba el Auditor "La Ametralladora".
Muchos años después, ya en Madrid, hacia finales de los ochenta, mi padre llegó un día a casa a comer un poco pálido y desvaído.
- ¿Qué te pasa, Ramón? -dijo mi madre, siempre pendiente del azúcar en sangre de su familia política.
- Vengo de un turno del Hospital Gómez Ulla. El Colegio Notarial me ha enviado urgentemente porque alguien muy enfermo quería hacer testamento y hube de acudir. El enfermo casi no podía hablar y tuve dificultad para tomar nota de su última voluntad.
- ¿Sabes quién era? -preguntó mi padre, aunque siempre era muy discreto en su trabajo.
-¿Quién? -dijo mi madre.
-Era "La Ametralladora". Estaba invadido de cáncer.
Ignoro si quedan muchos "vencidos" vivos, pero son los únicos que tendrían que hacer esa reflexión que usted apuntaba bajo un quizá e imagino que cada uno la habrá hecho a su manera. Mi padre, que era de los "vencedores", la hizo muchas veces y quizá le amargó parte de la vida por lo sucedido y no evitado.
Estoy seguro de que hubiera alabado la lectura de sus libros, como el del Azufaifo, y hubiera disfrutado de sus antecedentes familiares con Don Nicolás Salmerón Alonso.
Muchas gracias como siempre por su tenacidad.

Belnu dijo...

Gracias por su comentario,Rft, no sé si eso no queda claro: yo no tengo ninguna confianza en ningún político, ni se me ocurriría nunca aceptar un cargo. Sólo creo en los reductos de resistencia y en ejercer los derechos protestando contra lo que nos agrede y limita, aunque sólo fuera para dejar constancia.
No me gusta Rodríguez Ybarra por muchas razones, aunque sé que a veces dice algo que no está mal entre muchas cosas que no comparto. Me alegro de esta medida de Garzón, y de tres o cuatro más que ha tomado a lo largo de su trayectoria, contra Pinochet, contra militares argentinos de la dictadura, etc, pero tampoco me gusta su personaje, sobre todo por su righteousness y esa arrogancia de quien se cree poseedor de la razón y la verdad.
Walser es también un favorito mío, no así Magris. Si leyó lo de xoroi, no hace falta que le diga dónde sitúo la literatura, lectura y escritura.

Belnu dijo...

Por cierto, Rft, habrá leído Los girasoles ciegos (no vea esa chapuza de adaptación-distorsionada que ponen en el cine; no tiene nada que ver con el libro, que es magnífico) de Méndez. Hay un capitán del bando nacional que se pasa al bando republicano justo cuando ya se sabe que son los vencidos. El hombre no soporta su repulsión por lo que ha visto y no quiere estar con ellos en la victoria. Es lo mejor del libro y expresa bien lo que fue la guerra.

RFT dijo...

Gracias a usted.
Sí había leído el libro de Méndez de "Los girasoles ciegos" y comprendí perfectamente, como reconocían sus guionistas, que era una novela muy difícil (si no imposible) de adaptar al cine sin destrozarla. No he visto la película y así ha sido, un desastre que sé que no veré. ¿Qué ha dicho el autor?
Ya hace tiempo adquirí la costumbre (¿la suerte?) de acudir primero al libro antes de ir al cine ("Soldados de Salamina"), para aquellos casos necesarios. Así, por ejemplo, antes del verano con "El edificio Yacobián" Haber leído el libro años antes de la película supuso afrontar luego una cierta frustración tras ver la película recientemente. No así con "Caramel" o con "La banda nos visita", dos visiones sobre la situación de Oriente Medio muy dulces y a la vez bien duras.
Me consta lo que es para usted la literatura, la lectura y la escritura, incluso la forma en que modeló su infancia para salir adelante. Me consta que fluye por y a través de usted. Por eso sigo de cerca lo que escribe y rebusco todo lo que encuentro. De alguna forma lo que usted escribe, lee, traduce o comenta me motiva y despierta; me empieza a dar vida. Siento que ello provenga más de lo que usted escribe, que de lo que sea usted misma, aunque ¿cómo dudar de que es usted misma la que se derrama en esas líneas?
Procuraré limitar mis comentarios para no cansarla, sobre todo su extensión. Va a tener usted un invierno muy complejo y se avecina su obra de enero que ya espero sonriente, pero que ya sabe usted que ha sido un gran parto y eso cansa mucho, al margen del dolor de haberlo vivido y escrito. Además, ya se lamentaba usted hace unos días, proféticamente, sobre la imposibilidad de viajar, sobre, ¿para cuándo "los viajes"? que le son tan necesarios al descanso y a la creación en donde usted remansa. Así que no pierda el tiempo en contestarme, que bastante tiene encima.
No recuerdo el nombre de su gata.
Que tenga un buen fin de semana y el té esté bien hecho, como ha de ser.
Muchas gracias.
P.S.: Anoche sí me visitó el viento huracanado y la temperatura bajó unos diez grados. Espero que la pequeña "Naia" no se haya resentido.

Belnu dijo...

No, no, no: la película, que yo no he visto ni veré nunca si puedo evitarlo, pues con el tráiler (y la información de los dos relatos elegidos) tuve bastante, no es mala sólo por las dificultades del libro, sino porque a ellos les interesó lo más banal, lo más morboso-comercial, y encima hicieron un mal cásting. Méndez está muerto. Publicó esa novela y murió sin saber que le darían el premio nacional, un poco a la Sebald.
Yo me alegro de que me lea y le inspire, y de que comprenda que yo, como cualquiera, construyo lo que puedo, que en esos textos manda la estructura literaria por encima de cualquier verdad objetiva (si tal cosa existiera) ni biográfica. Sólo conocemos a los escritores por sus opciones al escribir, por su verdad metafórica, no por la relación de lo escrito con lo real. Y usted como lector pone la lupa allí donde algo le resuena, de modo que todo es relativo y cada lector lee un libro distinto.
Todo eso ya se sabe.

frikosal dijo...

Esta entrada me parece antológica, empezando por la fotografía, continuando con la reflexión, tan acertada en estos tiempos de blanco-o-negro y finalmente el diálogo posterior.

Que cierto (y triste) lo de que "hay gente que aprovecha la ausencia de Estado.." .

Belnu dijo...

Gracias, Friks. Las fotos de Manel Armengol son magníficas (tengo un link en mi otro blog), le diré que te ha gustado.
Es el problema de los matices, de las contradicciones, de la necesidad de reflexionar... frente a ese pensamiento simple que intentan siempre imponernos y del que tienen mucha culpa también los periodistas, tan esquemáticos, tan poco rigurosos a veces...