Como dijo el luthier Orriols, fabricante de tenoras y oboes con madera de azufaifo, alrededor de este árbol siempre hay historias míticas y literarias ("Jo tinc una relació esotèrica amb aquest arbre", dijo). Además de ser el árbol de Mahoma (el árbol del confín, más allá del cual sólo está Dios, según el Corán), donde el profeta tuvo su revelación, el árbol del amor en Persia y el frutal que salvó a tanta gente del hambre en nuestra Guerra Civil, según un blogger andaluz, Xavier Argimon me ha contado que en torno a este árbol se celebra una fiesta en un bonito borgo medieval del Veneto, Arqua Petrarca, il borgo del poeta, donde vivió Petrarca, la festa della giúggiola, en octubre, con música y celebraciones y tal vez con el famoso brodo dei giúggiole que tendremos que probar algún día.
Volviendo a la Placeta del Ginjoler, se trata de una propuesta inspirada en la idea de Joan Bordas de que según la normativa europea, nuestro árbol exige una plaza y no se puede construir alrededor. Y la idea concuerda con un plan municipal de 1977, según descubrió Borja Querol en el archivo del ayuntamiento. Se me ocurre que si conseguimos esa Plaza del azufaifo, tal vez en octubre podría celebrarlo asistiendo a la Festa della giúggiola.
Con esta obsesión arbórea, me estoy dejando muchos otros temas sin tocar. Aparte de las locuras del clima, incendios e inundaciones, medusas y tortugas, hace un par de días, un artículo de Antón Costas describía el horror en que se ha convertido ahora viajar, incluyendo el inútil maltrato y vejaciones que implica el supuesto control de los viajeros.
1 comentario:
Me apunto a esa fiesta italiana y petrarquiana. G.
Publicar un comentario